Cabe destacar de Turín el Museo Egipcio, el segundo mejor tras el de El Cairo, y el curioso Museo del Cinema.
Pero hay dos cosas que no os podeis perder: la Sábana Santa y el autorretrato de Leonardo da Vinci, sí, el realizado con sanguina. La Sindone es cuestión de fe, lo único que parece obvio es que sigue siendo un misterio si fue o no el sudario con el que envolvieron a Cristo, guardado en la Catedral desde el XVI. Se puede ver una réplica, aunque se espera que en 2025 de nuevo se exhiba unos pocos meses el original. Y el autorretrato es el otro gran misterio; por supuesto, asombra el detalle anatómico tan preciso y que tengamos presente la cara del maestro, pero a los que nos gustan esas historias nos encanta pensar, como la famosa teoría, que la cara de la Mona Lisa es la de Leonardo.
El tiempo se va en el mercado de Porta Palazzo, el Castello de Rivoli –una de las residencias de los Saboya–, la Basílica di Superga y el Palazzo Madama, parte medieval y parte barroca. También en la Catedral, renacentista y construida sólo en nueve años, con un campanario de Juvarra y reproducción de ‘La última cena’ sobre la puerta principal.
Quizá más que por ser turineses, es que los piamonteses son peculiares. Arraigados, educados, un poco metódicos y tradicionales. Algo enigmáticos, como el nacimiento del Po, que cruza todo el Piamonte. Lo plasmó Cesare Pavese y hasta parece que Hemingway en ‘Adiós a las armas’, aunque más bien por los lagos. Por cierto que en Turín se suicidó Pavese.
El Piamonte (‘pie de monte’) es la segunda mayor región de Italia, protegida –y separada de Francia– por los Alpes a un costado y justo al norte por el Valle de Aosta. También lo han llamado ‘la Italia más romántica’, aunque va en gustos. Es una tierra profunda, de viñedos, tradiciones y creencias, palacios, lagos, montaña y Po, el río de los crucigramas.
Turín presume del aperitivo como rito, el vermú, el Martini que es de aquí, el descanso de mediodía, que casi nadie perdona en la ciudad. Más que la bebida, lo importante es la parada, el encuentro, mejor en un local histórico o uno de los modernos del Quadrilatero. Y ese chocolate turinés… Sapori di un tempo, la difícil resistencia a probar un cioccolato di Torino, con dos especialidades: gianduiotti (avellanas del Piamonte cubiertas de chocolate) y bicerin (bebida de café, chocolate y crema de leche). Incluso el año pasado, para los Juegos Olímpicos Invernales, Turismo Torino lanzó el ‘Chocopass’, un carné para degustar en cualquier punto todas las especialidades de chocolate durante el período olímpico, con precios desde 10 hasta 20 euros, según lo goloso del consumidor.